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Capítulo 2


Narración original
Inés González Canseco


Colaboración y Captura
Ricardo Guerrero González



 
 

Los Ramírez


Acerca de la familia materna (de mamá María), ellos eran de Guanajuato, y claro, de la capital.  Entonces me contó mamá Clarita de las odiseas que pasaron y motivo por la cual tuvieron que salir de Guanajuato e irse al D.F.

Me cuenta que todas sus hermanas junto con ella, nacieron en Guanajuato. Todos eran güeros de ojo claro, y se veían muy refinados.


 
 

 



México estaba muy bien en esta década del Porfiriato. Estas serían unas de las mejores épocas de la historia.  Se sanearon las finanzas, se mejoró el crédito nacional, se organizó el sistema bancario, mejoró la educación en todos sus niveles, se estableció la educación obligatoria, gratuita y laica, se hicieron más de 19.000 km. de vías férreas con inversión extranjera, el país quedó comunicado por la red telegráfica. En si era una mejoría a nivel nacional. 

 



Al llegar la revolución, empezó la decadencia, necesidad e inseguridad social.  Guanajuato, por ser parte del “rumbo al norte” pasó por muchos problemas, miserias y hambres.  El pueblo no sabía ya ni de quien cuidarse más, si de los revolucionarios, o de los soldados. 

Un día común y corriente salió mamá Lucecita y su esposo a ver qué conseguían para comer, dejando en casa a mamá Clarita, que tendría unos siete años, y le dijeron:

– “Ahorita venimos hijita, no tardamos. No dejes entrar a nadie, ni te vayas a salir tú”

– “No se preocupe mamá Lucecita”  así lo voy a hacer. 


Cerraron la puerta y se fueron. 

En seguida le tocan la puerta y le dice un hombre:

– “Niña, acaban de salir tus papás y me dijeron que me entregaran todo lo que tienen en la casa. Ellos no tardan en venir”

Ella era una niña muy obediente, y relacionó la palabra “No tardo”, pero se le olvidó que le dijeron también “No le abras a nadie”. 

Entonces la pequeña Clarita sin pensarlo, le entregó al ladrón todo lo que era de su posesión y todo lo que tenían en casa.  Al ver para adentro, se dio cuenta mamá Clarita que aún estaba el metate con la masa,  y salió gritando:

– “Señor, señor, se le olvidó el metate y la masa”. 


Cuando regresan los papás, muy contenta mi abuelita les dice:

–  “¡Ya vinieron por todas las cosas, y les di hasta la masa!”

Y sus papás le contestan:

–  “¿De qué estás hablando mijita?”

– “Del señor que ustedes mandaron por las cosas”. 

Respiraron hondo y con mucha calma le contestaron:

– “Está bien mijita, vámonos”

Mi abuelita se dio cuenta que ellos habían llegado con las maños vacías y con mucha hambre, y hasta entonces comprendió lo que había hecho.

No teniendo nada en casa, ni el por qué quedarse, es cuando mis bisabuelitos decidieron irse al Distrito, con todas sus hijas, su pobreza y su desaliento. 

No supe si tenían a alguien en el DF a dónde llegar, o cual fue su mira, pero ellos iniciaron una nueva odisea. 

No alcanzo a imaginar cómo pudieron hacer esa trayectoria de irse a pie, con todos los peligros; pasando por cerros, montañas, jungla, revolucionarios y soldados.  En su inocencia no midieron el peligro.

Mi bisabuelito, cargando con su esposa y sus cinco hijas, (probablemente sus edades serían de cinco a trece años) gracias a Dios llegaron.  No sé cuánto tiempo tardaron ni cómo pudieron llegar pero lo lograron.  Lo grandioso fue que llegaron sanos y salvos, habiendo tanto maleante, revolucionario, militar y peligro en ese gran trayecto.

 
 




Una vez en México, tal vez tenían familiares, la verdad es que no sé donde llegarían.

Yo me acuerdo que mamá clarita me contaba que mi tía Juanita tenía unas manos muy finas, y por lo mismo un día se le presentó la oportunidad de trabajar en una fábrica de hilados y tejidos que se llamaba “La Perfeccionada”. 

Mamá Clarita no pudo trabajar ahí porque como es la que siempre hacía todo en la casa, sus manos las tenía rasposas, se le atoraban los hilos y se rompían porque tenían que acomodar los mazos de hilo para que se entretejiera en la maquina y hacer la tela, por lo tanto siempre se tuvo que quedar en casa, siempre había que hacer, luego tubo a mi mamá, y con más razón.

Mi tía Juanita se tuvo que quedar al cargo de mi mamá y mamá Clarita. 

Por cierto que por ser la única niña, a mi mamá la vestían como una muñeca, con ropa muy fina y bonita, y hasta mi tía Victoria mandaba dinero de Tampico para que mi mamá vistiera bien.

Nuestra Abuelita María de niña
 
Mi tía Juanita vivía en un departamento por la Doctores. Ahí vivían como clase media, tenían todo lo necesario claro que no tenían lujos como el tener un radio, aún no se inventaba la televisión.

Aunque acababa de iniciar la revolución en México, por lo menos, y gracias a las hermanas de mamá Clarita,  mi mamá vivió una infancia muy cómoda, comparada con el resto de la población en México.

 
 




Acerca de mi tía Juanita y sus hijos, yo recuerdo que Abraham era el mayor, y se casó con una mujer y tenían varios hijos: Abraham, Juanita, Rita y no recuerdo el nombre de la más chiquita.  


Mamá Clarita y Abraham Jr.

No supe más acerca de los demás.  De lo que si me acuerdo es que tanto mi tío Abraham como sus hijos, trataban muy mal a mi tía Juanita.  Yo estuve con ellos tres o cuatro días en una ocasión, y vi que el tío no era bueno para con su esposa y aparte, era un cuenta chiles.  

A mí no me gustó su forma de ser, así es de que los visité solo en una ocasión, y ya no los volví a ver. 

El tío José era muy respetuoso, y muy buena persona.  Él tenía un taxi y lo trabajaba todo el día.  Él estaba comprando su departamento en la Balbuena. 

Tenía a su esposa y a sus hijos, pero no recuerdo de sus nombres.  Mi hija Norma vivió con ellos uno o dos meses, cuando tubo aquel accidente en la cuadra por el 62 o 63, no recuerdo muy bien.  No lo frecuentamos mucho.

De la tía Carolina recuerdo que cuando yo estaba viviendo con mi tía Lorenza, ella iba por mí y me llevaba a comer una paleta, o llevaba a su hija Rosita para jugar.  Rosita era la única niña y la vestían muy bien, me gustaba mucho que fueran porque cambiaba mi rutina en la casa.  Ella me trataba muy dulce, igual que mi tía Juanita.  Tenía también dos hijos, Arturo y Enrique, que eran mayores. 

Por 1968 cuando yo vivía en Tlatelolco ya con mi familia, accidentalmente me encontré con la tía Carolina.  Ella iba caminando en la calle, y nos dio mucho gusto vernos, y por coincidencia también vivía en la unidad. 

La última vez que la vi fue cuando estaba a punto de cambiarme a California. Mi mamá estaba conmigo y me pidió que fuéramos a verla.  Ella ya estaba muy enferma de cáncer del colon.  Ella murió después.

De Cruz, bueno, ella era muy presumida y casi no me hablaba, cuando yo la conocí, ella ya era casada y con hijos, pero nunca realmente compaginamos. 

Beatriz solo tuvo dos, una hija y un hijo.  Ellas vivían cerca de la Doctores.  Su hija Irma se casó con un gerente de una sucursal del Banco Nacional de México en Tijuana.

Del Tío Rafael, tal vez tengo más recuerdos porque nos veíamos más seguido, no como visita, sino porque él trabajaba en un escritorio público afuera de la tesorería, así es de que yo siempre andaba por ahí arreglando mis negocios, y él me llenaba las formas, y algunas veces él me invitaba a comer, y cuando teníamos fiestecitas, yo lo invitaba a la casa. 

Él nunca se casó, pero tuvo dos hijos.  Al mayor le gustaba la velocidad, y el tío le compró su moto y al poco tiempo se mató. 

De la hija no supe mucho, solo que era muy arrogante y nos miraba sintiéndose superior. 

Ellos vivían en una vecindad con su mamá, y mi tío vivía en el centro, como a cinco cuadras de la tesorería. 

La última vez que lo vi fue en 1986, cuando vendí mis propiedades y fui a que él me llenara los papeles y a despedirme. 

Aún recuerdo sus palabras: “yo te conocí desde chiquita, y siempre supiste como salir adelante y triunfar”.
 


Mamá Clarita


Mamá Clarita cargando al tío Pepe y en las rodillas a tía Ofelia


Ahora, hablando de mamá Clarita, Vamos a ver cuánto me acuerdo.

Primeramente, ella fue igual que sus hermanas, muy blanca, delgada y alta. Siempre le gustó dejarse el pelo largo, y si tenía mucho. 

Ella siendo la tercera y viviendo su niñez en plena revolución, no se esperaba una vida normal.  Increíble, pero ninguna de las cinco hermanas jamás fueron a la escuela, y por supuesto, no sabían ni leer ni escribir. 

Mi mamá Clarita era muy lenta, solamente conmigo llegó a conversar más porque desde chiquita la molestaba mucho con todas mis preguntas acerca de todo lo que les he contado en este escrito. 

Ella era muy seria y sedentaria, no le gustaba nada de vanidades, siempre vistió con su vestido a una cuarta de la rodilla, y su pelo largo con una trenza. Nunca uso maquillaje. 

Lo que si me acuerdo es cuando yo tendría unos ocho años, cuando vivía con mi tía Jesús, ella me mandaba comprar medio litro de pulque todos los días, y a mí me gustaba porque en la pulquería, que estaba sobre la calzada Cuitlahuac, me regalaban trastecitos de barro como de una pulgada.

También fumaba sus cigarros “Carmencitos”, que eran delgados y chiquitos, por supuesto, eran los más baratos. Esos me los mandaba a comprar a la tienda.   Ella fumaba como dos cigarros a la semana, pero no se fumaba el cigarro completo, fumaba un poquito, y después lo apagaba y lo guardaba para que le durara más.

Ella vivía con nosotros y mi tía Jesús, y a lo mejor el tío Pedro, esposo de mi tía Jesús, le daba algunos centavos porque veía que ella no tenía ningún ingreso. 

Abuelita nunca fue independiente, siempre estuvo con sus hermanas, dondequiera la necesitaban, y ella trataba de ayudar lo más que podía. 


Recuerdo una vez, en casa de mi tia Juanita, ahí estabamos creo que solo mi hermano Cosme y yo, cuando viene mama Clarita y nos dice:

- "Les voy a enseñar a alguien"

Y muy intrigados nos acercamos hacia la puerta y nos llevó. La tía Juanita aún vivía en la calle de Ecuador, y solo tuvimos que caminar un par de cuadras, no recuerdo para donde, solo que no tuvimos que caminar tanto.

Nos dijo:

- "Quiero que conozcan a su abuelito"

Y llegamos a una de las casas del centro, tocó la puerta y salió un señor medio robusto y muy moreno, con pelo negro y enrizado, muy diferente a como se usaba en esos tiempos, y enriscandose las puntas de sus bigotes, nos paso a su casa, y ahí nos mantuvo sentados solo por un rato antes de regresarnos a la casa de la tía Juanita.

¿De qué se habló? quién sabe, solo recuerdo que era un señor muy sangrón.

Ni siquiera nos vio de frente, solo saludó a mamá Clarita, y a nosotros nos ignoró.

Desde que llegamos a su casa, nos hizo sentir muy incomodos, y solo pensábamos en salirnos. Nunca había conocido a una persona más arrogante que a él.

En sí, esa fue la primera y última vez que nos vimos. Mamá Clarita nunca se casó con él, y si lo veía, núnca lo supimos. Ella no nos volvió a llevar con él.


Ya con los años, la calidad de vida de mamá Clarita fue mejorando considerablemente, primero cuidando de mi hermana Lupe, que era su por qué vivir y la quería mucho, en casa de mi tía Jesús, que también la quiso mucho.


 
 



Otra etapa de la vida de mamá Clarita fue cuando se vino a vivir conmigo. 

Ya habían nacido mis hijas: Norma, Rosario y Lourdes. 

Mi esposo Ricardo es el que la iba a recoger. Nosotros teníamos una casa temporal de madera, y en la casa teníamos una estufa de petróleo. 

En una ocasión, yo me metí a bañar y ella se quedó en la cocina porque puso a cocer la carne en una olla, la tapó y al poco tiempo el caldo comenzó a hervir, se tiró, y como se derramó todo, hizo que se subiera la flama y se empezó a incendiar la casa. 

Mi hermano Enrique tenía cinco años y estaba sentado mirando cómo se quemaba.

Mi hermana Rebeca se salió corriendo y gritando:

- “ ¡Necha, Necha, se está quemando la casa!”

Yo le grite a mamá:

- “ ¡Mamá, sálgase y llévese a Enrique! ”

Y me contesta:

- “ ¡Qué hago hija, yo no tuve la culpa! ” 

Ella desesperada y llorando, tratando de apagar el fuego con un trapo y sus manos.  Le grité otra vez:

- “ ¡Mamá, sálgase y llévese a Enrique! ”

Ya que el niño no se movía.

Yo salí del baño y todo lo que vi fue el fuego frente a mí.

Ya como pude fui a la recámara donde estaba Chayito y Lulú durmiendo. 

No sé qué clase de shock me dió, que no podía reaccionar, la casa quemándose, mis hijas en la cama durmiendo, mamá Clarita, Enrique y Rebeca afuera de la casa gritando. 

Yo solo oía lo que me decía Rebeca:

- " ¡Ponte una bata manita!, ¡Aviéntame a las niñas por la ventana! "

- “Pero están durmiendo manita”

Yo le decía:

- “Mejor espero que se quemen las paredes y después me salgo”

Y me dice:

¡El techo manita, te va a caer encima! ” 

Ya como pude agarré a Chayo, ya tendría como año y medio, y literalmente se la aventé a Rebeca por la ventana y la cachó. Después agarré a Lulú que tenía como cinco meses y también se la aventé.  Yo también brinqué sobre la ventana. 

Unos minutos después se sintió como el techo se desplomó.  Saliendo de ahí vi como mamá Clarita se había quemado sus manitas al tratar de apagar el fuego, parte de su trenza, su cara y pecho, ya que se le había quemado parte de su ropa. 

Podría decirles que gracias a la desesperación de mi hermana Rebeca de ver cómo ayudar, pudo pensar en cómo salvarnos la vida. 

Gracias querida hermana, te debemos la vida.


 


Muerte de mamá Clarita


 

Mi mamá seguía llevándose a mamá Clarita porque a ella le gustaba tenerla con ella, pero también sabíamos que mamá Clarita ayudaba en todo y sin esperar nada. 

Para entonces, mi mamá vivía en la colonia Netzahualcóyotl.  Yo siempre vi a mamá clarita muy viejita, pero ella murió en 1962, en la casa de mi mamá.  

Mamá Clarita desde chiquita padeció de ataques epilépticos esporádicos, que le venía cuando menos lo esperaba, y le costaron muchas caídas y quemaduras en su cuerpo. 

Ella nunca tuvo ningún ataque cuando estuvo conmigo. 

En esta ocasión, mi abuelita se levantó de noche al baño,  y como estaba afuera el baño, hubiera tenido que salir, pero no alcanzo porque le vino el ataque cuando estaba a punto de salir de la puerta, así es de que no pudo librar el "bordito" que había y se tropezó. 

Se golpeó en la cabeza y jamás pudo volver en sí.  Dos días después ella falleció. 

Siento que hasta ese momento ella empezó a descansar, porque toda su vida fue muy pobre, triste, y de sacrificios.

Ella nunca le hizo mal a nadie, al contrario, a donde ella estaba, tenían su ayuda. 

No solo yo, pero todos a su alrededor la querían y extrañaron muchísimo. 

Todos lloramos su muerte, ya que en el 62, había muchos contemporáneos de la familia. 

En su funeral, recuerdo que llegaban carros y carros, y había un sin número de autos estacionados al lado de donde la enterramos.  

Como quise a mamá Clarita,  todos mis hijos tuvieron la oportunidad de conocerla en persona, y los más grandes claro que se acuerdan de ella mucho más.


 


 
Acerca de mi tía Jesús, (María de Jesús Ramírez), ella nació en 1888, estuvo unos años en Guanajuato y de ahí se la llevaron sus padres al D.F. 

Ya en el Distrito, y antes de la revolución, ella conoció de alguna forma a su esposo, que era militar, no sé qué rango tendría, pero lo que si se es que ellos anduvieron juntos en la revolución. Él en su caballo, y ella caminando atrás de el. 

Probablemente él, junto con sus tropas fue mandado por el presidente Díaz hacia el norte para combatir las tropas Villistas.

A la partida, se encontró con mi tía Jesús, quien lo acompañara durante todo el trayecto. 

Una vez de regreso en el Distrito, él le montó una bonita casa, con todo lo necesario. En su casa, ella tenía su recamara muy bonita con su cama de latón y muy alta, almohadas y colchón de pluma de ganso. 

Mi tía fue siempre gorda, pero era muy limpia y hacendosa. Le gustaba tener todo deshilado y tejido a maño y con muchos adornitos, y vestía a muñequitos tejidos a hilo. Sus pisos eran de duela y lo demás era piso de mosaico rojo, que no lo hacían en México, lo mandaban traer del extranjero.  Tenía su sala de bejuco. 

El venía a visitarla cada 10 días y le dejaba su gasto. Ellos no tuvieron hijos, pero él sí, en otra casa y con otra familia. 

En ese tiempo casi nadie tenía carro, pero él sí, aunque solo las principales avenidas estaban pavimentadas, la mayoría no.  En el centro de la ciudad, claro que sí.  Ya estaba Catedral, el palacio de Bellas Artes y el Palacio Nacional.

Ella realmente nunca sufrió de dinero, él le daba todo lo necesario.  No sé por qué, pero ella era súper tacaña.  No daba nada por nada y a nadie. Podíamos estar en su casa y no nos ofrecía ni de tomar.  No nos sentaba en sus muebles porque eran muy lujosos. Cuando iba a verla, me quedaba parada hasta que me cansaba y nomás me sentaba en el suelo. 

Algunas veces cuando yo iba de metiche a verla y era hora de comer, si era en la mañana, me daba una tercera parte de un bolillo, le quitaba el migajón y le ponía una cucharada de frijoles y me decía:

- “Toma para que no me estés mirando quietándome la substancia”

Y ella si comía. 


Ella hacía caldo todos los días, y si era medio día,  me daba un plato con poquito caldo, una papa, un trocito de carne y un pedazo de pan.  ¡Hay que rico me sabía!, pero lo que más me dolía es que ella cocinaba tan rico, que me quería comer la cazuela completa.  Claro, siempre me estaba muriendo de hambre, y yo sabía que si me le amonaba ahí, por lo menos iba a comer algo, pues con mi mamá nunca había que comer.

Ahí sí, no tenia que desquitar la comida, ella me decía:

- “Sácate por allá, no me estés quitando la substancia”,

Pero de estarme durmiendo con mis hermanos ahí con mi mamá, o salir, yo prefería salir a visitar. 

Yo si iba a verla, tal vez no tan seguido, pero por lo menos si recuerdo hablar con ella, y por supuesto, sus rico caldos. 

Pasó el tiempo, y solo supe que llegó un día en que Pedro fue a verla como siempre, pero cuando llegó ya la encontró muerta.

Después de eso, él le hablo a mamá Clarita, ella ya vivía conmigo, y le dijo:

- “Te puedes quedar con la casa, o lo que quieras de ella”

Me acuerdo que tenía buena porcelana, y hasta su bacinica era de porcelana. 

Mi mamá Clarita fue pero solo agarró una tinita vieja que tenia por ahí, y me dice:

- “Ya murió tu tía Chuy” 

-
“Me habló Pedro y me dijo que me podía llevar todo lo que yo quisiera, Así es de que agarré esta tinita que nos hacía falta para lavar los trastes afuera
. 

¡Hay!, ¡Me dió un coraje!

- ¿Cómo?

Le pregunté:

- " ¡Pero Mamá Clarita, nosotros  no tenemos nada! "

- " ¿ ¡Por qué no me lo dijo antes! ? " 

Se quedaron ahí todas las fotos de la familia, de todas las generaciones porque ella era la única que tenía dinero para mandar hacer fotos. 

Yo vi fotos de generaciones atrás, con sus marcos de lujo, fotos mías de mi niñez, de mi mamá, de mamá clarita, y todas sus hermanas. 

Fotos de ella durante la revolución, de mi tío Pedro, él sentado como todo aristócrata, y ella parada a su lado. 

Pudimos habernos cambiado para allá, en vez de vivir en la Progreso Nacional en una casa provisional de madera y papel encerado. 

¡Hay mamá Clarita!   Hacía cada cosa…
 

De la tía Lorenza, ella fue la más pequeña de las hermanas de mi mamá Clarita, y solo le llevaba 10 años a mi mamá, así es de que ellas siempre se llevaron bien.  

Ella vivió siempre, bueno, desde que yo la conocí, en Ecuador 26 interior 21, Centro. Mi tía nunca se casó.

Conoció a Luis Gonzaga desde muy joven pero nada más tubo a mi tío Luis, que también se llama Luis Gonzaga. 

Con él yo jugué en épocas cuando pasaba yo a ver a mi tía. 

Cuando merendábamos, café con leche y bolillo, Luis me decía:

- “No te comas el migajón del pan”,

- "Me lo das ¿eh?". 

Él venía, agarraba un poquito de leche, lo mesclaba con el migajón, y después lo hacia una bolita. Ya para entonces ya habían cerrado el zaguán de la  vecindad y me decía:

- “mira, vamos a jugar así”

Entonces él botaba la pelota de migajón, ¡que si botaba!, después le pegaba contra la pared, así como frontón. 

Esa era nuestra diversión.

Qué aburridas se ha de a ver dado él, ya que fue hijo único, y en la vecindad no habían niños, pues eran puros adultos. 

Bien recuerdo una noche de Reyes. 

Había un señor, Don Armando, a quien yo le lavaba sus pañuelos y calcetines y me daba dinero.  Él ya tenía su pareja. 

Él era gordote y viejote, y ella,  una muchachita (Judy) como de 17 años.  Me dice:

- "Ven con nosotros. Dile a tu tía que ahorita te traemos" 

Entonces fuimos rumbo a La Lagunilla, que quedaba ahí cerca.  Vimos muchos puestos con muñecas, y me dice don Armando:

- " ¡Yo voy a ser tu rey mago! "

Yo aún creía.

- “Escoge la muñeca que quieras”

Me quedé yo muy triste y pensando...

¡Qué! ¿No me van a traen nada los reyes magos?

Y escogí una muñeca vestida de China Poblana.  Me gustó por los colores.

 
Me dice:

“Ya es tuya, quédate con ella” 

Llegué a casa y le dije a mi tía lo que me había pasado y Luis se empezó a reír de mí y mi tía me dice:

- "Hay muchacha pen…"

Ahí fue cuando supe que no existían los reyes magos. Ya razoné el por qué nunca me habían traído nada ni a mí ni a mis hermanos.




 
Narración según las memorias de:
Inés González Canseco
Textos a cargo de:
Ricardo Guerrero González


Editado y publicado en Septiembre del año 1912

a cargo de:
 Enrique Salvador González Chávez
 


 
 


 



 
 

 
 

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